Por Nico Kobane
Los Soviets eran, según su definición etimológica, consejos o juntas nacidas en 1905 durante la primera revolución rusa, no por iniciativa de ningún partido u organización política, sino como un producto “espontaneo” que respondía a las necesidades del movimiento de masas durante el ascenso revolucionario.
Los Soviets eran, según su definición etimológica, consejos o juntas nacidas en 1905 durante la primera revolución rusa, no por iniciativa de ningún partido u organización política, sino como un producto “espontaneo” que respondía a las necesidades del movimiento de masas durante el ascenso revolucionario.
Los primeros de estos consejos o juntas surgieron a partir
de los comités de huelga creados por los obreros ferroviarios. En otros lugares,
como en Ekaterinos-lav, Rostov, Novorosisk, Kransnoyarsk, Kiev, Libau, Reval
nacieron a partir de los comités de fábrica o talleres.
En San Petersburgo su origen fue similar, ya que su función
inicial no fue otra que la de dirigir las huelgas a través de una especie de
gran asamblea o coordinadora obrera, que funcionaba bajo un sistema de
representantes de fábrica votados por las bases, que también podían revocarlos.
Sin embargo, el primer soviet surgió con la huelga textil en
Ivánovo-Vosnesensk, transformándose rápidamente en el organismo central de
organización, que luego de la extensión y radicalización de la huelga convocó a
más de 30.000 obreros para elegir un Consejo o Soviet de 110 delegados,
designados para negociar con los patronos y las autoridades.
Esta organización se transformó en un poderoso órgano de
discusión política y autodefensa, cumpliendo tareas de distinto carácter, a tal
punto que nada podía imprimirse sin su autorización, limitando lo que publicaban
los enemigos de la huelga e incautando los locales públicos para garantizar la
realización de las asambleas o mítines, sin pedirle permiso a ninguna autoridad.
Desde estos organismos obreros de “doble poder”, se mantenía
la seguridad del pueblo, organizando la protección de las fábricas y bienes de
la ciudad, impidiendo que se produjeran robos o saqueos; esta dualidad tomó
cuerpo y forma porque no se discutían solamente aspectos sindicales sino cuestiones
que hacían al manejo y funcionamiento de las instituciones capitalistas.
Sobre estos temas, además de debatirse de manera
absolutamente democrática, se tomaba todo tipo de resoluciones, que en los
hechos cuestionaban el manejo del estado por parte de sus funcionarios y, lo
que era aún más importante, el patrimonio del uso de las armas por parte del
ejército y la policía burguesa.
El soviet de Ivánovo-Vosnesensk se planteaba un conjunto de
demandas democráticas que golpeaban en el centro de la dictadura zarista,
como la exigencia de libertad de
palabra, de reunión y de asociación o de que se convoque a una Asamblea
Constituyente para que el pueblo decidiera el futuro del país.
Gracias a este tipo de organización tan avanzada, la
combatividad y politización de la huelga, la patronal se vio obligada a ceder
gran parte de las demandas obreras, razón por la cual se levantó la huelga el
día 25 de julio de 1905.
San Petersburgo
cuna de los diputados obreros.
Luego de este proceso, en San Petersburgo, que era la
capital del país y la mayor concentración del movimiento revolucionario -con el
proletariado más activo que trasladaba su experiencia al resto del país- se organizaba
el soviet local, declarando que “No se puede permitir que las huelgas surjan y
se extingan de un modo esporádico. Por esto hemos decidido concentrar la
dirección del movimiento en manos de un Comité Obrero Común.”
“Proponemos a cada fábrica, a cada taller y a cada profesión
que elija diputados a razón de uno por cada quinientos obreros. Los diputados
de cada fábrica o taller constituyen el Comité de Fábrica o de taller. La
reunión de los diputados de todas las fábricas y talleres constituyen el Comité
general de Petersburgo”
Trotsky, quien actuó como el presidente de este órgano, decía
que había aparecido como una “respuesta a la necesidad objetiva, engendrada por
el curso de los acontecimientos, de una organización que fuera una autoridad,
sin tradiciones, capaz de agrupar a todas las masa dispersas de la capital, uniendo
a las tendencias revolucionarias en el proletariado”.
Lenin, que durante ese momento se encontraba en el exilio,
intervino apenas arribó a Rusia en un profundísimo debate acerca del papel de
los soviets, polemizando con quienes -ubicando unilateralmente a la
construcción del partido como principal tarea- despreciaban la pelea por la
dirección de estos órganos proletarios de poder.
“Posiblemente me equivoque -escribía Lenin al respecto-,
pero me parece (según mis apreciaciones parciales y sólo en el “papel”) que en
el ámbito político, el Soviet de Diputados Obreros debe ser visto como el
embrión de un gobierno revolucionario provisional“(2).
La experiencia de 1905 desempeñó un papel educativo de
primer orden para la revolución de 1917, porque a pesar de los doce años
transcurridos, la idea de los Soviets -que no era otra que aquella que nación
en 1871 con la heroica Comuna de París- seguía viva en el corazón de los
obreros rusos.
Por esta razón, cuando durante febrero de 1917 los obreros y
soldados de Petrogrado se lanzaron a la calle, derrumbando el poder secular de
la autocracia, la idea de organizar soviets resurgió con nuevo vigor, creando
las condiciones organizativas que después, en octubre, posibilitaron la toma
del poder por parte de los bolches detrás de la consigna “¡Todo el poder a los
soviets!”
La enorme fuerza que tuvo en stalinismo desde que traicionó
la revolución hasta su caída, producida por el gran ascenso de las masas de
Rusia y los países del este europeo, aplastó la democracia directa de los
soviets en la ex URSS y de la mayoría de las organizaciones obreras de todo el
mundo, que pasaron a ser dirigidas por los “infalibles” dirigentes comunistas.
En esos largos y tortuosos 70 años se produjeron varias
revoluciones objetivas en las que aparecieron embriones de estos órganos
democráticos de poder obrero y popular, como los consejos húngaros en el gran
levantamiento de 1956. Pero, en todos casos, estos eran aplastados o cooptados
por los stalinistas.
La debacle final de los Partidos Comunistas y sus satélites
mundiales, debilitó de tal grado a los burócratas aliados de las grandes
patronales y gobiernos capitalistas, que dio lugar a una nueva etapa de la lucha
de clases dentro de la cual volvieron a crecer, producto de las necesidades
objetivas, este tipo de organismos.
Así sucedió y continúa sucediendo en México, donde en muchas
localidades del país “profundo” las masas echaron a patadas a los funcionarios
y policías del estado capitalista, reemplazándolos por asambleas, milicias y
jurados populares que se han hecho cargo del poder, una dinámica que tiende a
desarrollarse en otros lugares del mundo, como Medio Oriente.
Así fue que, durante los primeros meses de la Primavera Árabe,
particularmente en Siria, las masas en lucha contra la dictadura de Al Assad
puso en pie “Comités Locales” que se hacían cargo de todo lo que antes le
correspondía al estado baazista, tanto en lo que hace a la distribución de
mercaderías esenciales, como las tareas de autodefensa.
Este proceso, que retrocedió, debido a la brutalidad del
régimen, los bombardeos de la fuerza aérea rusa y las milicias contrarrevolucionarias
“islamitas”, como Hezbollah, Al Qaeda o ISIS, reapareció con mucha fuerza y
riqueza en el norte de Siria, una región que los kurdos que la habitan
denominan “Rojava”.
Allí, en una dinámica que tiende a extenderse hacia adentro
de Iraq, Irán y Turquía, los trabajadores y el pueblo kurdo, con sus mujeres a
la cabeza, organizaron un gobierno propio apoyado en las asambleas populares y
las milicias de autodefensa, las YPG e YPJ.
Las asambleas populares del sistema de cantones de Rojava
decidieron, mediante una constitución y edictos específicos, considerar a los edificios,
grandes medios de producción, tierras y demás recursos naturales como elementos
de “bien público”. La constitución garantiza, además, la separación de la
religión del estado, el respeto por todas las etnias y la igualdad de las
mujeres frente a los hombres.
La mayoría de la izquierda, igual que los bolches contra
quienes debatía Lenin en 1905, no se ha ubicado a la altura de las
circunstancias, apoyando firme y decididamente a estos órganos de poder dual o
soviets, independientemente de las posiciones de los dirigentes políticos que están
a su frente, como quienes adhieren al PYD kurdo.
Los argumentos por los cuales se desprecia semejante
experiencia, que es la “punta del iceberg” de un proceso que recorre el mundo y
va a dar lugar a fenómenos mucho más avanzados que estos, son diversos, aunque
en general coincidentes con las excusas esgrimidas por los enemigos “izquierdistas”
del poder soviético de las primeras épocas de la revolución rusa.
Este abstencionismo criminal debe ser combatido por los
cuadros y militantes principistas, asumiendo que la defensa de los nuevos
soviets o embriones de tales no significa, de ninguna manera, conciliar con sus
direcciones reformistas, sino todo lo contrario, ya que no hay manera de
disputar la dirección del movimiento de masas sin participar activamente dentro
de los organismos que estas construyen debido a sus propias necesidades, que no
son las de los aparatos supuestamente revolucionarios.
La izquierda que se niega a apoyar a la Revolución de
Rojava, organizando comités de solidaridad, movilizándose y enviando brigadas
internacionalistas de apoyo, contradice las
principales lecciones que sacaron Lenin y Trotsky inmediatamente después de que
surgiera los primeros elementos soviéticos en su patria.
Suscribimos, en ese sentido, las palabras de Andrés Nin en “Los
Soviets, su origen, desarrollo y funciones” que era “evidente que la revolución
proletaria tendrá distintas modalidades en los demás países, pero está fuera de
duda -la experiencia rusa lo demuestra de un modo irrefutable- que no podrá
prescindir de organizaciones substancialmente iguales a los Soviets”.
Trotsky decía en “El gran sueño”, que “la gran debilidad de
muchos “revolucionarios” consiste en su absoluta incapacidad de entusiasmarse,
de elevarse sobre el nivel rutinario de las trivialidades, de hacer surgir un
vínculo vital entre ellos y los que los rodean. Aquel que no puede incendiarse,
no puede incendiar su vida ni la de los demás.”
“La fría malevolencia no es lo bastante para apoderarse del
alma de las masas. Muchos revolucionarios contemplaron la revolución con un
envidioso espanto. Es que la vida personal de los revolucionarios dificulta su
percepción de los grandes acontecimientos de los cuales participan. Pero las
tragedias de las pasiones individuales exclusivas son demasiado insípidas para
nuestro tiempo. Porque vivimos en una época de pasiones sociales.”