Siendo que ambos términos tienen una precisión
discutible para denominar a un movimiento político que se ha desarrollado
principalmente en la segunda mitad del siglo XX, es preferible utilizar la
expresión “islam político”.
En primer lugar, el abordaje de este
fenómeno requiere hacer una clara distinción entre la adhesión a la religión
musulmana, que por sí sola es una cuestión limitada a la esfera personal y
carente de significación política, la adhesión a movimientos políticos
islamistas y los componentes del sentido común que favorecen la adhesión a
tales movimientos.
Sunnitas y chíitas
La religión islámica se divide en dos
grandes ramas: el islam sunnita y el chiita. El islam chiita surge alrededor
del siglo VIII a partir de un desacuerdo entre los sucesores de Mahoma acerca
de quién debía ser el sucesor legítimo del profeta.
Para los sunnitas, todos los descendientes
directos de los califas ummaya (del
árabe unma, que significa “comunidad
de creyentes”), son sucesores legítimos de Mahoma, en cambio para los chíitas
sólo lo serían los sucesores del imam Ali, yerno de Mahoma.
A partir del siglo XVI, el enfrentamiento
sunnita-chíita tomó un carácter cada vez más violento y comenzó a confundirse
con la rivalidad entre el imperio turco-otomano, sunnita y el imperio persa
safávida, oficialmente chíita, aunque gran parte de su población era
originalmente sunnita y fue coaccionada a convertirse a la variante del islam
adoptada por sus gobernantes. Ciertamente, esta utilización política de la
rivalidad religiosa continúa hasta la actualidad en el enfrentamiento entre
Turquía e Irán.
El surgimiento del islam político
Los orígenes del islam político se pueden
rastrear hasta los años ’20, con la fundación de la Hermandad Musulmana, de
tendencia sunnita, en Egipto en 1928. Durante las primeras décadas de su
historia, las HM fue expandiéndose a diversos países de Medio Oriente y Africa
del Norte, tales como Sudan, Jordania y Siria, entre otros.
A partir de la década del ’50 la HM se
transformó en una fuerza reaccionaria al servicio del imperialismo británico y
norteamericano para combatir a los regímenes nacionalistas laicos,
principalmente el de Nasser en Egipto.
Durante este periodo, sin embargo, se
desarrolló dentro de la HM un ala radical encabezada por Sayyid Qutb, que
oponía al conservadurismo pasivo del liderazgo de la Hermandad una concepción
radical acerca de una regeneración del islam que Qutb consideraba casi
totalmente corrompido por el abandono de sus principios fundantes, así como una
confrontación armada (la jihad) en
contra de los países occidentales, de carácter tanto defensivo como ofensivo.
De esta forma, Qutb y sus seguidores, que
rechazaban el nacionalismo laico ya que “para el musulmán, el islam es su patria”,
preanunciaban el pan-islamismo expansionista y transnacional de Al Qaeda y el
ISIS.
Qutb fue ahorcado en 1966 por el régimen de
Nasser y el sector militante de la Hermandad Musulmana resurgió recién en los
años ’70 con el desprestigio del régimen nasserista a causa del tratado de paz
de Camp David con Israel y la instauración de una política de apertura
económica (la infitah).
En la variante chíita, el islam político
surge en los años ’60 en Irán con diversas organizaciones que procuraban
combinar el islam con el marxismo. El mayor referente de esta corriente era Ali
Shariati y su principal expresión política, aunque Shariati no estaba inserto
orgánicamente en ella, era el movimiento de los Mujahedeen e Khalk (en persa, “Combatientes del Pueblo”).
En 1977 los Mujahedeen e Khalk sufrieron
una ruptura, de la que surgió Peykar, una corriente definidamente marxista. A
pesar de tener un rol central en la revolución islámica de 1979, estos
movimientos entraron rápidamente en conflicto con el sector conservador
encabezado con el ayatollah Khomeini y fueron aniquilados por la represión
durante los años ’80.
El movimiento MEK sobrevive actualmente en
el exilio con una tendencia decididamente pro imperialista, habiendo abandonado
su carácter revolucionario inicial. Dentro de la variante chíita, sin embargo,
el sector más hegemónico acabó siendo el encabezado por el ayatollah Khomeini.
En líneas generales, el programa de la
revolución islámica preconizado por este sector pasaba por un rechazo del
proceso de modernización capitalista iniciado por el Shah desde los años ’60.
El régimen del shah combinaba este proyecto
de modernización con una alianza estrecha con el imperialismo norteamericano,
del cual era su principal “gendarme” regional, así como con una dosis cada vez
mayor de represión política para enfrentar la oposición que estas políticas
generaban.
La revolución islámica representa la
convergencia de todos los sectores opuestos al régimen del shah: los obreros
privados de derechos sindicales y explotados por el capital transnacional, los
campesinos despojados de sus tierras por la mercantilización del agro, los
pequeños comerciantes arruinados por la concentración del sector de servicios y
hegemonizando el proceso, los ayatollas indignados por la pérdida de su rol
político y social hegemónico y la introducción del secularismo y la cultura
occidental “decadente”.
Es por esto que la variante chíita del
islam político consiste esencialmente de la defensa de los intereses de todos
esos sectores. En el ámbito económico, estatización del petróleo y todos los
sectores estratégicos, así como limitación de la presencia del capital
extranjero, revisión de la “revolución blanca”, restableciendo en la medida de
lo posible el campesinado parcelario y reforzamiento del pequeño comercio.
En el ámbito político, establecimiento de
un régimen clerical dirigido por el “líder supremo” y el “consejo de los
guardianes” y en el cual la jurisdicción de los tribunales islámicos se
extiende a aspectos considerables del derecho familiar y penal combinado con un
sistema electoral competitivo restringido (“democracia islámica”).
Junto a los tribunales islámicos se
mantienen los tribunales seculares, con una constante confusión de
jurisdicciones, que se muestra especialmente útil para facilitar la represión
política (los presos políticos son invariablemente juzgados por los tribunales
islámicos con base en la sharia).
El contexto: el fracaso de los procesos
de modernización y la persistencia de la ideología clerical
El éxito del islamismo político no se puede
explicar exclusivamente como consecuencia de hechos coyunturales (claudicación
de las corrientes nacionalistas laicas ante el imperialismo, crisis económicas,
etc), tal como se ha hecho frecuentemente desde la izquierda política y académica,
particularmente la izquierda troskista (Hartman, 1994; Cinatti, 2007).
Por el contrario, es necesario identificar
los factores estructurales que favorecen la continuada y creciente legitimidad
de la que el islamismo político goza en amplias regiones de Medio Oriente y
Africa del Norte, hasta el punto de ser la única fuerza capaz de ganar
elecciones democráticas, tal como ha ocurrido en las “primaveras árabes”.
Podemos resumir estos factores en dos
aspectos. El primero es el fracaso de los procesos de modernización y el
segundo la persistencia de lo que denominaremos “ideología clerical” en el
sentido común de sectores sociales muy amplios.
A diferencia de lo ocurrido en las
sociedades de Asia oriental, particularmente en los casos de China, Indochina e
India, los procesos de modernización que se desarrollaron a lo largo del siglo
XX en el mundo islámico no tuvieron una base social significativa.
En efecto, las revoluciones china y
vietnamita, que no sólo se propusieron la liberación de la tutela política y
económica occidental, sino la transformación de la estructura socioeconómica
feudal y la erradicación de las formas extremas de opresión de género que
regían en sus respectivas sociedades, con el apoyo de amplias masas del
campesinado.
De igual modo, y aunque su base social en
el medio rural era relativamente más débil y fue desafiada a partir de los años
’90 por los partidos clericales hinduistas, el Congreso de la India se propuso
objetivos similares dentro de los límites capitalistas y conserva una
legitimidad considerable que le ha permitido sostenerse en el poder manteniendo
la democracia formal y retornar a él por
la vía electoral.
En el contexto de Medio Oriente y África
del Norte, por el contrario, los procesos de modernización y secularización han
estado asociados indefectiblemente a dictaduras militares, monarquías
semi-absolutas o regímenes títeres sostenidos por la ocupación militar
extranjera.
Después de la caída del imperio otomano a
consecuencia de la Primera Guerra Mundial, fue instaurada en Turquía la
república bajo el liderazgo de Mustafá Kemal. Al mismo tiempo que un marcado
nacionalismo étnico turco (y en un primer momento, un limitado
antiimperialismo).
El kemalismo tuvo como característica
principal un laicismo radical (lo que en Turquía se denomina laiklik) y un propósito de erradicar de
la cultura turca todos los componentes “asiáticos”, incluso en la lengua y el
sistema de escritura.
Estas características se expresaban en la
secularización total del derecho y la educación (este último aspecto fue
revisado a partir de los años ’50), una fiscalización estatal de la actividad
religiosa y un reconocimiento formal de la igualdad jurídica de género,
acompañado de una política de represión de los aspectos más ostensibles de la
religión islámica (particularmente el uso de las distintas variantes del velo).
Sin embargo, el kemalismo no contaba con
una base social significativa y pronto debió abandonar sus proyectos de reforma
agraria capitalista para obtener el apoyo de la clase terrateniente feudal.
Desde 1950, en que el régimen kemalista
permitió las primeras elecciones realmente libres, el laiklik ha estado continuamente en contradicción con la democracia
formal y ha podido sostenerse exclusivamente a partir del apoyo de la cúpula
militar y el aparato judicial.
En 1925 llega al trono iraní la dinastía de
los Pahlavi, formada por oficiales del ejército iraní entrenados en la Rusia
zarista. Su primer representante, Reza Pahlavi, inició una política de
modernización muy similar a la de Kemal que contó con una oposición
generalizada de las clases populares en cuyo supuesto beneficio se llevaba a
cabo.
En 1941, y debido al creciente acercamiento
del shah al bando del Eje, Irán fue invadido por Gran Bretaña y la Unión
Soviética y el shah fue sucedido por su hijo Mohamed. El nuevo gobernante
abandonó cualquier intento de confrontación con el bloque imperialista anglo-norteamericano
y continuó con la política de su padre.
En 1951, a partir de una apertura política
limitada, llegó al gobierno de Irán el Frente Nacional, dirigido por Mohamed
Mossadeq, que se proponía estatizar el petróleo. Esta experiencia nacionalista
duró dos años y Mossadeq fue depuesto por el shah con el apoyo de la CIA en
1953.
A partir de ese momento el régimen del shah
se embarcó en una nueva fase del proceso de “modernización”. Esta nueva fase consistía
en el desarrollo industrial sobre la base del capital extranjero y la
utilización estatal de la renta petrolera, limitada por el abandono de los
intentos de nacionalización llevados adelante por Mossadeq.
En el agro, implicaba la “revolución
blanca”, una política de reforma agraria capitalista que se proponía eliminar
tanto a la clase terrateniente tradicional, de la cual los clérigos chíitas
formaban parte, como al campesinado parcelario. Estas políticas significaban la
ruina del pequeño capital nacional y particularmente del pequeño comercio
tradicional (los baazaríes). (Petras,
1993)
En el ámbito jurídico, la modernización
implicaba la eliminación de la autoridad de los tribunales islámicos y la sharia, para reemplazarlos por un
sistema judicial moderno y exclusivamente secular, así como la consecuente
equiparación formal de derechos en términos de género.
En relación con lo anterior, y en sintonía
con una tendencia a la occidentalización de la cultura iraní, la modernización
implicaba una política de rechazo hacia la vestimenta tradicional islámica,
aunque durante el reinado del último shah no se repitieron las políticas
coercitivas aplicadas por su antecesor Reza en los años ’30.
Ni el kemalismo ni el régimen del shah tuvieron
pretensiones serias de “antiimperialismo”, razón por la cual no se propusieron
disputar la base social del islamismo político.
En cambio, el principal perjudicado por su
auge es el nacionalismo panarabista, surgido a partir de los años ’40, que se
proponía la unificación de todos los pueblos de etnía árabe, fragmentados a
partir de la desintegración del imperio otomano y el reparto de su territorio
entre las potencias imperialistas.
El panarabismo tiene entre sus principales
expresiones al Baath, partido político fundado en Siria en 1947 y con filiales
en la mayor parte de los países árabes, siendo la más importante, aparte del
país de origen, la de Irak.
La otra corriente principal del panarabismo
es el nasserismo, surgido en los años ’40 como un desprendimiento de la
Hermandad Musulmana con apoyo de los mandos militares. Otras expresiones son
las del régimen de Khadafy en Libia, el Neodestur en Túnez y el FLN de Argelia.
De estas variantes la única que se propuso
un proyecto de secularización consistente fue el Neodestur, bajo la dirección
de Habib Burghiba. El Neodestur (del árabe destur,
constitución) lideró la lucha por la independencia contra Francia desde su
fundación en 1934. A diferencia de otros partidos nacionalistas de tinte
liberal, el Neodestur preconizaba un “socialismo árabe” al estilo del Baath o
el nasserismo.
Al año siguiente de la independencia en
1957, el Neodestur instauró una república y reemplazó las normas de la sharia
con el Código del Estatuto Personal (CEP), teóricamente basado en el Corán pero
redactado por juristas laicos, que rige todos los aspectos relacionados con el
derecho familiar.
Aunque no implica una igualdad jurídica
completa, el CEP es la legislación más progresista de todos los países árabes
en materia de derecho familiar, reconoce el derecho igualitario al divorcio y
el de la mujer casada a disponer de sus bienes. En 1962 fueron legalizados los
métodos anticonceptivos y en 1965 el aborto.
El nasserismo y el Baath lograron
transformaciones considerables en la estructura socioeconómica, particularmente
en el agro, pero no se atrevieron a reducir el poder político del clero ni a
modificar significativamente el rol de las mujeres. Esta limitación del
panarabismo se hace todavía más notable en el caso del FLN, debido al rol
jugado por las mujeres en la lucha de liberación nacional argelina, que
auguraba un resultado muy diferente del que se dio a partir de la
independencia.
El caso argelino es ilustrativo del rol de
la ideología clerical en el apoyo al islamismo político. En primer lugar, es
necesario definir qué entendemos por “ideología clerical”. Ideología clerical es
el conjunto de pautas culturales que favorecen la aceptación de la autoridad
del clero como la más legítima en todos los aspectos de la sociedad: los roles
de género, la economía, la cultura, etc.
A partir de las revoluciones burguesas, la
ideología clerical se ha debilitado considerablemente en la sociedad
occidental, conservando una fuerza mayor en América Latina que en Europa y los
Estados Unidos. En el caso argelino, y a contramano de lo declamado por el FLN
durante la guerra de independencia, rápidamente se procuró recluir a las mujeres
en la esfera doméstica.
Este propósito se manifestó en la condena
del “exhibicionismo”, como denominaba Houari Bunedienne al uso por las mujeres
de una vestimenta contraria a las normas islámicas, la penalización de la
homosexualidad en 1966, el mantenimiento de la sharia como fuente principal del derecho familiar para los
argelinos de religión musulmana tal como lo había sido durante la colonización
francesa.
Es necesario tener en cuenta que durante la
colonización francesa los argelinos de religión musulmana tenían un “estatus
personal” que al mismo tiempo que los mantenía dentro de la jurisdicción de los
tribunales islámicos los privaba de la ciudadanía francesa.
La ley de ciudadanía sancionada en 1963
determinó que ningún ciudadano francés podía adquirir la ciudadanía argelina,
por lo que la jurisdicción de los tribunales islámicos pasaba a abarcar a todos
los ciudadanos argelinos.
En 1984, después de más de 20 años de
dilación, se sancionó un Código de Familia que reemplazaba formalmente a la sharia, pero estaba íntegramente basado
en las normas islámicas.
La tasa de fecundidad ascendió rápidamente
y en los años ’70 llegó a ser de más de 7 hijos por mujer, mientras la tasa de
actividad económica femenina descendía al 3%, un nivel que rivalizaba con el de
Arabia Saudita por el puesto más bajo a nivel mundial. Al mismo tiempo, el
régimen del FLN continuaba declamando su carácter laico y su voluntad de
garantizar a las mujeres un rol activo en la sociedad.
El modelo de industrialización argelino,
basado en la inversión por parte del Estado de la renta petrolera en la
industria pesada, garantizaba el mantenimiento del rol exclusivamente
reproductivo de la mujer.
Sin embargo, y contrariamente a la
interpretación que también se encuentra frecuentemente dentro de la izquierda
(Hartman, 1994), del islamismo político como una reacción contra los excesos
del laicismo, tales como la prohibición del uso del velo, el régimen del FLN se
enfrentó a una de las expresiones más virulentas de este movimiento.
A finales de los años ’80 surgió en Argelia
el Frente Islámico de Salvación (FIS). El FIS se basaba en la interpretación
salafista (del árabe salafí, origen)
de la sharia, la más literal y
extrema, aplicada y promocionada por la monarquía saudita.
El surgimiento del FIS se vio favorecido
por la crisis económica en que estaba sumida Argelia a partir de la baja del
precio del petróleo en los años ’80 y el abandono del proyecto de
industrialización con protagonismo estatal en favor de la infitah (apertura), caracterizada por la implementación de
políticas neoliberales, la subordinación al FMI y el incremento en los niveles
de pobreza y desocupación (Harman, ídem)
La base social del nuevo movimiento
consistía principalmente de los sectores obreros y medios asalariados,
afectados por el aumento de la desocupación; los pequeños comerciantes que al
igual que en Irán temían la expansión de las cadenas de supermercados de
capital extranjero y el vuelco de la inversión estatal al sector del comercio
minorista y los campesinos que sufrían las limitaciones de la reforma agraria
capitalista y orientada principalmente a expropiar a los colonos franceses, del
FLN.
El FIS, a diferencia del movimiento
islámico en Irán en los últimos años del
shah, no tenía ningún ala socializante. Se trataba de un movimiento
abiertamente reaccionario, que explotaba el resentimiento de los sectores
sociales antes mencionados hacia el estado, atribuyendo a su limitado laicismo
todos los males de la sociedad argelina.
El FIS ganó las primeras elecciones libres
en 1991, las cuales fueron anuladas, a partir de lo cual se inició una
sangrienta guerra civil. El régimen logró aniquilar al FIS utilizando los
mismos métodos de las tropas coloniales francesas en la guerra de
independencia, que los dirigentes del FLN conocían bien por haberlos padecido.
En el 2003 se conformó con los restos del
FIS el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), que en 2007 se
transformó en la filial de Al Qaeda para Argelia, Marruecos y Túnez, Al Qaeda
en el Magreb Islámico (ALQMI), que en actualidad opera principalmente en la
frontera entre Argelia y Mali.
El contraste entre el caso de Argelia y
aquellos otros, como los de Turquía y Túnez, en que los regímenes laicistas han
avanzado en forma más enérgica sobre la influencia del clero en la sociedad,
muestra que el islamismo político no expresa, principalmente, una reacción de
los creyentes musulmanes oprimidos por el laicismo, sino los intereses del
clero islámico, que consisten en incrementar su cuota de poder político y
socioeconómico dentro de los límites impuestos por el mantenimiento de las
relaciones de producción capitalistas.
¿“Interpretaciones” o relaciones de
fuerzas sociales?
Con frecuencia, el islamismo político es
percibido por los cientistas sociales progresistas como derivado de una
“interpretación radical” del islam que sería sólo una entre muchas posibles o
incluso sería contradictoria con la “interpretación correcta” de los preceptos
islámicos.
Este argumento está inspirado más por un
deseo de marcar distancia con el discurso pro imperialista y racista, que
presenta el islam como una suerte de conspiración mundial de fanáticos
sedientos de sangre, con un enfoque ahistórico y esencialista, que por una comprensión
del carácter de construcción social de la religión.
Excluyendo las distinciones de inspiración
teológica entre interpretaciones “verdaderas” y “falsas” de una religión, como
toda construcción social la religión es resultado de los intereses de
diferentes grupos sociales y las relaciones de fuerzas entre ellos.
Así, el luteranismo y el calvinismo
aparecen asociados a la transición del feudalismo al capitalismo. La prohibición
del protestantismo en Francia en 1685 corresponde a un intento de la nobleza y
los sectores de la burguesía vinculados a ella de frenar su pérdida de
hegemonía ideológica.
Posteriormente, durante la Revolución
Francesa, la ideología burguesa toma un carácter marcadamente secular
precisamente porque la posibilidad de expresión en términos religiosos le había
sido negada. Dentro del islam las diferentes interpretaciones de la sharia están también asociadas a
conflictos sociales.
La escuela wahabita o salafista, promovida
por el reino de Arabia Saudita, surgió de una rebelión contra la interpretación
laxa, adaptada a la voluntad de los emperadores otomanos, de la escuela hana’fi
y en una región caracterizada previamente al descubrimiento del petróleo por la
marginalidad económica.
Del mismo modo, el surgimiento en Irán de
corrientes que procuraban combinar el islam con el marxismo está asociado al
alto nivel de desarrollo de la lucha de clases en ese país durante los años
’70.
La necesidad de confrontar con las
distintas variantes del marxismo revolucionario llevó al clero iraní a adoptar
una tendencia socializante, incluso después del triunfo de la revolución
islámica.
Las corrientes del islam político
vinculadas al salafismo o a la Hermandad Musulmana, en cambio, surgieron o
tuvieron una reactivación considerable a partir de los años ’80, en un contexto
de retroceso de la lucha de clases marcado por la caída del campo socialista y
la adopción de políticas neoliberales.
Por otra parte, los intentos de encontrar
una “interpretación progresista” del islam desarrollados en las últimas décadas
por corrientes del movimiento de mujeres (el llamado “feminismo islámico”),
también reflejan una relación de fuerzas, en este caso favorable al islamismo
político.
El “feminismo islámico”, que cuenta entre
sus referentes a la recientemente fallecida Fatima Mernissi, refleja la
debilidad del movimiento de mujeres en las sociedades musulmanas,
particularmente de Medio Oriente y Africa del Norte.
Las tasas de actividad económica femenina
bajísimas, que no superan nunca el 25% con excepción de los países que, como
Marruecos, tienen un alto porcentaje de población ocupada en la agricultura
(Banco Mundial, 2009), determinan que el movimiento de mujeres carezca en tales
sociedades de una base social significativa.
Esta debilidad del movimiento de mujeres
contrasta con los altos niveles de legitimidad de los que goza el clero
islámico, configurando un escenario completamente desfavorable incluso para la
lucha por las demandas más elementales (penalización del femicidio, derecho al
divorcio).
De este modo, la necesidad de conciliar con
el clero islámico lleva a las “feministas islámicas” a imaginar
interpretaciones del islam que les permitan evitar la confrontación con la
ideología clerical (Gutiérrez Ibacache, 2014).
Sin embargo, al persistir una relación de
fuerzas desfavorable, las elaboraciones teológicas o filosóficas se convierten
en un ejercicio intrascendente, ya que el clero no tiene ningún motivo para
ceder en lo más mínimo en sus concepciones retrógradas.
En algunos casos, el intento de imaginar
una versión “progresista” del islam ha llegado más lejos, llevando a construir
alianzas políticas con corrientes abiertamente reaccionarias como la Hermandad
Musulmana.
Es el caso del Partido Socialista de los
Trabajadores (SWP) británico, que desde los años ’90 ha elaborado una
interpretación del islam político como un movimiento populista al estilo
latinoamericano, que albergaría en su interior un “ala izquierda”. Esta
política se expresó en la conformación del partido Respect en 2003.
Respect surgió como una alianza del SWP con
la Asociación Musulmana Británica (MAB), sectores escindidos del laborismo y
organizaciones ecologistas y de mujeres. En 2004 el partido obtuvo una banca en
el Parlamento británico y varios concejales municipales.
En 2008 se produjo una fractura en Respect
debida, entre otras causas, a la disputa entre el SWP, los sectores escindidos
del laborismo y la MAB por la hegemonía dentro del partido.
El nuevo Respect quedó hegemonizado por la
MAB y los sectores provenientes del laborismo, acostumbrados a desarrollar una
política clientelista y populista hacia la población de origen inmigrante. En
la votación sobre el matrimonio igualitario en 2012, Respect se abstuvo y en la
actualidad carece por completo de políticas de género.
El SWP, sin embargo, sigue valorando
positivamente a la Hermandad Musulmana al punto de negar, por ejemplo, su rol
contrarrevolucionario en el contexto del proceso revolucionario egipcio
iniciado en 2011 (Alexander, 2015).
¿El ISIS es “antiimperialista?
La organización conocida como Estado
Islámico de Iraq y el Levante (ISIL o ISIS de acuerdo a la traducción inglesa
del nombre original en árabe) ha tenido una creciente presencia en los medios de
comunicación a partir de la segunda mitad de 2014.
Sin embargo, el ISIS no es una organización
enteramente nueva, sino el resultado de un proceso de radicalización de
diversas organizaciones islamistas anteriores, particularmente vinculadas a Al
Qaeda y la Hermandad Musulmana.
En 2004 se conformó en Iraq la organización
conocida como Al Qaeda en Mesopotamia, dirigida por Abu Musab Al Zarqawi. A partir del aniquilamiento por
las fuerzas de ocupación anglo-norteamericanas de las organizaciones
insurgentes identificadas con el Baath iraquí, esta organización comenzó a
hegemonizar la resistencia a la ocupación y al momento de retirarse las fuerzas
británicas y norteamericanas representaba prácticamente la totalidad de la
insurgencia.
En 2006 Al Qaeda en Mesopotamia se
convirtió en el Estado Islámico de Iraq y en 2013, bajo la dirección de Abu
Bakr Al Baghdadi, rompió con Al Qaeda debido principalmente a su voluntad de
expandirse hacia Siria.
Entretanto, en el lado sirio, y en el marco
del proceso insurreccional iniciado en 2011, distintas organizaciones salafistas
financiadas por Arabia Saudita y Qatar tales como Ahrar Al Sham y Jabhat Al
Nusra comenzaron a surgir.
Siria había vivido a comienzos de los años
’80 una rebelión dirigida por la filial local de la Hermandad Musulmana que
había sido aplastada duramente por el régimen del Baath sirio, entonces
dirigido por Hafez Al Assad, padre del presidente actual.
Debido al vacío dejado por la represión de
la HM, que comenzó a fungir como parte de la “oposición moderada”, con un peso
mucho mayor en el exilio que en la propia Siria, estas organizaciones
comenzaron a hegemonizar el espacio del islam político sunnita en Siria.
El Estado Islámico de Iraq aprovechó la situación para expandirse
hacia Siria y provocar rupturas en estas organizaciones, a partir de las cuales
conformó en 2013 el Estado Islámico de Iraq y Siria o de Iraq y el Levante (la
palabra árabe Shams se utiliza para
designar la región que corresponde a la actual Siria y se traduce
frecuentemente como “Levante”).
Así se llegó a la formación del Estado
Islámico en 2014. Siguiendo las teorías de Sayyid Qutb, el Estado Islámico se
propone conformar un califato mundial. Actualmente han adherido al Estado
Islámico organizaciones de regiones tan disímiles como Boko Haram en Nigeria,
el Emirato del Cáucaso en Chechenia o Abu Sayyaf en Filipinas.
Es significativo que, al igual que Al
Qaeda, no es una organización que combate exclusivamente al “imperialismo
occidental”. Cualquier estado laico o de mayoría no musulmana es un enemigo
potencial del EI, así como de Al Qaeda.
Se trata, en ambos casos, de redes
relativamente laxas, que se limitan a la coordinación de actividades e
intercambio de combatientes. Dentro de la región de Medio Oriente y Africa del
Norte, el ISIS compite con Al Qaeda y las organizaciones enmarcadas en la
corriente de la Hemandad Musulmana.
Así se han formado filiales del ISIS en
Argelia, Egipto y Palestina. El proceso descripto en el caso de Argelia, que
implica el paso de los movimientos político-militares islamistas con carácter
de masas, como la HM o el FIS a la división entre partidos islamistas
“legalistas” y filiales de Al Qaeda y después del EI, se ha repetido en varios
países de la región.
De esta forma el EI y organizaciones
similares se van transformando gradualmente en la única fuerza político-militar
significativa dentro del islam político. Es necesario, entonces, precisar el
contenido político del EI y movimientos afines.
Su programa político implica la
implantación de la sharia en sus versiones más extremas, sin ningún tipo de
concesión a las normas jurídicas capitalistas. En ese sentido, su crítica del
capitalismo constituye una utopía reaccionaria, que al mismo tiempo no excluye
una alianza estrecha con las monarquías petroleras de Arabia Saudita y Qatar.
En cuanto a su posición ante el
imperialismo, y haciendo abstracción de confrontaciones coyunturales, sobre
todo en Iraq, tiene un carácter netamente proimperialista.
A partir de las “primaveras árabes”, que
implicaron el derrumbe de los regímenes dictatoriales laicos, con la sola
excepción de Argelia, el bloque imperialista formado por EEUU y la Unión
Europea aprovechó la situación para instalar gobiernos “islamistas moderados”,
al estilo del AKP turco y evitar que los procesos insurreccionales
trascendieran las demandas democráticas formales.
Asimismo, las “primaveras” en Libia y Siria
debían desembocar en el derrocamiento de un régimen “no alineado”, en el caso
de Khadafy y de otro claramente alineado con el bloque chino-ruso, en el caso
de Al Assad. Precisamente la ambigüedad del posicionamiento internacional del
régimen libio llevó a que el bloque chino-ruso lo dejara abandonado.
En cambio, en el caso de Siria el bloque
chino-ruso y su aliado regional, Irán, no podían permitir la caída del régimen
de Al Assad. La transformación de las insurrecciones en guerras civiles cerró
la posibilidad de una salida al estilo egipcio o tunecino y determinó el
creciente apoyo del imperialismo euro-norteamericano a los grupos islamistas
alineados con ISIS y Al Qaeda.
Por otra parte, el contexto económico
internacional a partir de 2011 es muy diferente del que caracterizó a la
“guerra contra el terrorismo” del periodo de Bush. Los precios del petróleo
tienden a la baja debido a la diversificación de las fuentes de abastecimiento
y la desaceleración de la economía mundial.
Al mismo tiempo, ya no hay “estados
renegados” (rogue states) aislados en
un mundo unipolar.Todos los regímenes enfrentados con los Estados Unidos son
aliados del bloque chino-ruso y un intento de derribarlos por la fuerza implica
un enfrentamiento con ese bloque.
Por ese motivo es que el conflicto con Irán
sobre su programa nuclear terminó en un acuerdo. Ya no existe un interés en la
fracción hegemónica de la burguesía norteamericana y europea por iniciar un
“cambio de régimen” a través de una invasión a gran escala.
La variante del racismo con creciente apoyo
en Europa occidental en los últimos
quince años, denominada con el neologismo “islamofobia”, no tiene otra función
que favorecer la división de la clase obrera europea para facilitar la
implementación de las políticas neoliberales y la destrucción del estado de
bienestar.
Los partidos neofascistas al estilo del
Frente Nacional francés o el Partido para la Libertad (PVV) holandés, tienen un
programa político xenófobo y no exclusivamente anti-musulmán. Representan una
oposición reaccionaria a la globalización capitalista, al reclamar la salida
del euro, de la Unión Europea, etc.
El rechazo de la crítica esencialista e
irracional del islam que sostienen este tipo de corrientes no puede
transformarse en una proscripción del debate sobre el rol social del islam y
particularmente de la ideología clerical islamista, a riesgo de abandonar toda
pretensión de transformación social emancipatoria y adoptar el
“antiimperialismo” reaccionario propio del islam político.
Y esta idealización del islam político
resulta especialmente inapropiada a partir del auge del movimiento de
liberación nacional kurdo en Turquía y Siria. Tanto el PKK en Turquía como del PYD y el gobierno
autónomo del Kurdistán sirio, representan un ejemplo de movilización política
de las mujeres que hace posible la modificación de los roles de género en una
forma definitiva e incompatible con la ideología clerical.
En ese sentido es necesario distinguir
claramente entre el abandono del ateísmo militante propio del marxismo
tradicional que ha llevado adelante el movimiento de liberación nacional kurdo y
la transigencia ante la ideología clerical que propone el “feminismo islámico”
y otras corrientes que hemos mencionado. La distinción pasa justamente por la
decisión de arrebatar al clero islámico su hegemonía política y cultural, en
lugar de buscar un entendimiento con él desde una posición de debilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario