jueves, 22 de septiembre de 2016

150 años de la batalla de Curupayty y la lucha antiimperialista desde la trinchera del pueblo kurdo

Por Carlos Amarilla

En las academias militares de todo el mundo todavía se estudian los pormenores de la Batalla de Curupayty -22 de setiembre de 1866- caracterizando la victoria del ejército paraguayo contra las poderosísimas fuerzas de la Triple Alianza, conformada por Brasil, Argentina y Uruguay, como una de las mayores muestras de ingenio y pericia guerrera. Este 22 de septiembre se conmemoran 150 años de la epopeya.

"Amanhá descangalharei tudo isto en duas horas (Mañana destruiré todo eso en dos horas)", había asegurado el jefe de la marina brasileña, Joaquim Marques Lisboa -el almirante Tamandaré- el 21 de septiembre de 1866, en vísperas del ataque contra la fortaleza de Curupayty, tras haber capturado el fuerte de Curuzú, en la batalla del 3 de septiembre de 1866 a orillas del río Paraguay.

Los aliados estaban convencidos de que harían lo mismo con Curupayty, que se encontraba a unos 2 kilómetros de ese lugar, río arriba. El ataque final estaba previsto para el 17 de septiembre, pero las fuertes lluvias obligaron a posponer esta ofensiva comandada por el presidente argentino Bartolomé Mitre, quien asumió el mando de las tropas aliadas, considerando que resultaría una “acción bélica rápida y fácil”.

"Desayunaremos en Curupayty y cenaremos en Humaitá", era una de las frases que se escuchaba entre los invasores, cuyo comandante había preparado un primer bombardeo desde los 22 barcos correspondientes a la escuadra brasilera, para después dirigir un ataque frontal con “bayoneta calada”.

Sin embargo, el mariscal Francisco Solano López, convencido de que una derrota significaría perder la campaña, trazó un ambicioso plan de defensa, que consultó a su estado mayor. El general José Eduvigis Díaz le respondió, en guaraní: "Parece bueno en el papel, pero si construimos así las trincheras, no vamos a atajar a los kamba". El mariscal le encargó, entonces, que dirija el operativo de poner en pie las trincheras, adaptándolo a su intuición y sentido práctico.

La noche del 8 de septiembre Díaz inició la construcción de las mismas, ocupando a más de 5000 hombres que, repartidos en turnos, se pusieron a excavar túneles y zanjas, cortar árboles y preparar abatises (obstáculos formados por ramas de árboles puestas en hileras, con las puntas en dirección al enemigo), detrás de los cuales se construyó un foso de tres metros de ancho y dos de profundidad, en cuyo lecho se colocaron estacas puntiagudas que apuntaban hacia arriba.

El 22 de setiembre comenzó el bombardeo de los barcos brasileños contra las trincheras, que duró casi cinco horas -en lugar de las dos que había prometido el almirante Tamandaré- sin llegar a dañar a los paraguayos, debido a la altura del barranco y los muchos obstáculos visuales que no permitían apuntar bien.  

Cuando empezó el ataque por tierra, dos columnas argentinas y dos brasileñas se encontraron con las estacas puntiagudas, las murallas de abatises y los soldados paraguayos, que al estar bien protegidos hacían blanco fácil contra los aliados, que "caían segados, horriblemente destrozados, se arremolinaban, recibían refuerzos y volvían a la carga, siempre con el mismo infortunado resultado", según afirma un relato de la época.

A las cuatro de la tarde, Mitre se convenció de que su ataque se había convertido en una catastrófica derrota, ordenando la retirada y dejando en el campo a 5.000 cadáveres de soldados aliados, mientras que las bajas entre los paraguayos no habían llegado a 100. Según los historiadores: "por cada paraguayo muerto, murieron aproximadamente 50 aliados".

El resultado de la batalla de Curupayty tuvo una trascendencia enorme, ya que paralizó al Ejército de la Triple Alianza, que demoró un año en recobrar el ánimo y reiniciar su actividad. La profesora Vicenta Miranda Ojeda, una de las mayores impulsoras del rescate de la historia de Curupayty y Humaitá, dice que hace 150 años "triunfó más que nada la fuerza moral y física de esos cinco mil soldados”.

“En tan escaso tiempo fueron capaces de construir una portentosa obra defensiva que no tiene parangón en la historia militar, sin desconocer el diseño que surgió como resultado de la tecnología y por supuesto el heroísmo de un oficial como lo fue el General Díaz ".

Todo esto sucedió porque el pueblo paraguayo, agredido por una alianza de gobiernos cipayos del imperialismo -que no concebía la posibilidad de que este pequeño país se mantuviera independiente de sus dictados- tenía clara conciencia de la necesidad de defender su autonomía política y económica.

Más allá de los límites del régimen paraguayo fundado por Gaspar de Francia, Paraguay todavía no había caído en manos de las garras de los dueños del mundo, quienes consideraban al continente americano como una fuente inagotable de recursos para -mediante el saqueo indiscriminado de sus riquezas- acumular el capital suficiente para construir imperios fabulosos.

Este era el futuro que las potencias les tenían reservado a todos los países de la región, tal como lo explicó brillantemente Eduardo Galeano en su libro “Las venas abiertas de América Latina”, razón por la cual compraron, armaron y organizaron a sus agentes vernáculos -argentinos, brasileros y uruguayos- de manera de terminar con el sueño de la independencia económica paraguaya.

Gaspar Rodríguez de Francia primero, y luego Carlos y Francisco Solano López, construyeron uno de los regímenes más avanzados de la época, con reforma agraria, educación obligatoria, límites a para el accionar de la Iglesia Católica y el desarrollo de una incipiente  industria pesada, que de mantenerse y extenderse podría haber cambiado la historia de Sudamérica.

Recién en el año 1870 pudieron los invasores acabar con estos sueños, defendidos por un pueblo heroico, como el propio Mariscal López, que mientras se batía -sable en mano- en la Batalla de Cerro Corá, fue abatido por un soldado que le pegó un tiro en el corazón. Según cuenta la leyenda, intentó tragarse la bandera paraguaya, para que los enemigos no se la llevasen como trofeo.

Luego de este genocidio, donde exterminaron a la mayoría de sus hombres, el Paraguay perdió casi la mitad su territorio e industria independiente, no pudiendo recuperarse nunca más. A pesar de que muchos argentinos fueron engrillados para obligarlos a combatir y que varios caudillos se solidarizaron con el pueblo paraguayo, todo eso no alcanzó frenar esta guerra, total y absolutamente desigual, de rapiña.

El ejemplo y la admiración de los patriotas que cayeron en cada una de las batallas heroicas de esos años, debe servirnos para impulsar, más que nunca, la necesaria lucha por la ruptura de las cadenas que nos sojuzgan a los poderes imperiales de turno, comandados por Estados Unidos.

También debe alentarnos a redoblar las acciones de solidaridad con los trabajadores y los pueblos del mundo que están combatiendo contra los designios de las potencias que -como en Siria e Iraq- utilizan a otros lacayos regionales y bandas de mercenarios para garantizar la “gobernabilidad” al servicio de la aplicación de sus planes de ajuste y saqueo.

Con todas sus contradicciones y límites de sus direcciones, es el pueblo kurdo el destacamento de vanguardia de esta pelea. Porque derrotó a las bandas pro imperialistas de Estado Islámico y, porque ahora tiene el gran desafío de acabar con las dictaduras de Turquía, Siria e Iraq, expulsando a los imperialistas yanquis, rusos y europeos de la región.

Los trotskistas recordamos las sabias palabras del fundador de nuestra corriente –León Trotsky- quien decía que “Todos los países del mundo no son países imperialistas… la mayoría son víctimas del imperialismo. Algunos países coloniales o semi-coloniales intentarán… utilizar la guerra para sacudir el yugo de la esclavitud. De su parte la guerra no será imperialista sino emancipadora.”

Trotsky remataba esta frase -del Programa de Transición- afirmando que “El deber del proletariado internacional será el de ayudar a los países oprimidos en guerra contra los opresores”. Para los trotskistas del siglo XXI esto significa ubicarse en la trinchera militar del pueblo kurdo, y -desde ese lugar- dar las peleas políticas, defendiendo las consignas antiimperialistas más consecuentes y el programa del Socialismo, única manera de conquistar la paz y la democracia por la cual el pueblo kurdo viene peleando desde hace muchísimos años.


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